Durante los últimos años, entre las consultas que realizan los inversores, hay una que destaca sobre el resto ¿cómo puedo poner a salvo mi dinero?
Una inquietud velada, un desasosiego impreciso se ha generalizado. La incertidumbre incomoda a unos ahorradores que prefieren antes un refugio seguro que oportunidades de inversión.
La cuestión, planteada a medio plazo, es más complicada de lo que a simple vista parece.
Algo muy distinto a cuanto hemos vivido antes está emergiendo, la realidad tal y como la conocíamos se transforma aceleradamente y el escenario resultante apenas puede intuirse. Supongo que los que asistieron a la decadencia final de un modelo experimentaron algo similar, pero sólo los sucesores, desde la distancia temporal suficiente, pudieron analizar y comprender las causas y efectos. Otros, en el futuro, juzgarán con precisión lo que a nosotros se nos muestra hoy inaprensible.
En concretos puntos de la Historia se formaron importantes encrucijadas por la confluencia de diferentes ciclos. En este sentido, el momento actual es, sin duda, especialmente significativo. Durante años me ha acompañado la sensación de que nos aproximábamos al extremo de un gran ciclo bursátil, lo que me llevó a observar con mayor atención una realidad más amplia, percibiendo que otros ciclos, económico, social, político, cultural, religioso, filosófico, científico y hasta geofísico alcanzaban también sus puntos de ruptura al mismo tiempo.
Una nueva forma de entender la existencia se abre camino.
Hace unos días saqué un billete de mi cartera y lo contemplé con inocencia ¿qué era aquel trozo de papel rectangular cubierto de signos y palabras?
Un símbolo, la representación material de la confianza que los individuos depositan en un sistema común ¿Y quién respalda esa confianza? Cuando intenté responderme fui consciente de la fragilidad intrínseca de todo sistema. Mi formación jurídica me trajo a la mente un latinajo, que debería figurar en cualquier billete, “rebus sic stantibus”, que viene a significar “mientras el orden actual de las cosas permanezca” El papel moneda es temporal, está sujeto a una fecha indeterminada de caducidad, a la certidumbre de que desaparecerá cuando llegué el momento, como lo hicieron las monedas y títulos asociados a imperios que se creyeron inmortales en su día ¿Porqué van tener diferente destino dólar, euro o yen, del que tuvieron denario, doblón o maravedí?
Quizá sea este el motivo por el cada vez que reflexiono sobre la cuestión inicial barajo el oro como posible respuesta. Es cierto que su cotización está próxima a los máximos históricos, que no puede llevarse en el bolsillo, ni utilizarse como medio de pago en los comercios, así como que es engorroso depositarlo en algún lugar para su custodia, pero no es menos cierto que no puede crearse a voluntad, que lo emite la naturaleza, que es prácticamente indestructible y que estaba aquí antes de que llegáramos y probablemente nos sobreviva. Coexistió con monedas en todos los lugares y tiempos, y mientras éstas se extinguían consiguió llegar hasta nuestros días sin perder un ápice de su brillo. No se puede asegurar que sea una inversión rentable, aunque es probable, pero sí que es una póliza de seguro para momentos como este y los que pueden llegar, por alguna razón las manos fuertes llevan años acumulándolo.
La confianza es un bien escaso en la actualidad. La locura de crear más y más dinero respaldado por la propia deuda del que lo solicita ha dado lugar a una economía virtual donde todo cuanto existe son meras cifras en programas informáticos ¿Qué es un billete hoy, dónde está el activo que lo respalda y que antes figuraba explícitamente reseñado en él? ¿Cuántas veces apalanca una entidad financiera el dinero que aportan los depositantes? Se han diseñado inmensos globos, en los que, menos el revestimiento exterior, el resto es puro aire, y cuando éste sea excesivo terminarán explotando. Tanta holografía monetaria estuvo a punto de acabar con el sistema financiero, sólo la intervención estatal pudo evitar el desastre, el esfuerzo fue tan colosal que ahora son los propios Estados los que se tambalean, y ellos no contarán con nadie que acuda pronto al rescate. Tarde o temprano habrá que ajustar dinero real y ficticio, y ninguna de las soluciones es buena, o se hace mucho más dinero físico con la hiperinflación que ello implica o se crean nuevas monedas de mayor valor que achiquen las deudas asfixiantes.
Ya hay algún país que declara abiertamente el riesgo de colapso en su deuda pública, otros esperan turno, y algunos muy importantes silban mirando al cielo procurando que nadie las señale.
Son tiempos de crisis. Crisis que se prolongará y que posiblemente se agrave, pero que incuba la oportunidad de desprenderse de lo banal, de pasadas conductas erróneas e inconscientes, y transmutarlas mediante proceso alquímico en una nueva realidad quizá tan valiosa e imperecedera como el oro.
José Agustín López Selfa