21 de junio de 2.009
SPECULARI
En contra de lo que suele creerse el verbo “especular” no proviene de los vocablos latinos “specularis” y “speculum” (relativos al espejo) sino del término “speculari” que significa “mirar desde arriba, observar desde una atalaya”.
Los primeros especuladores buscaban un lugar en alto desde donde escrutar el horizonte con el fin de conocer y analizar una situación y actuar en consecuencia. Quizá fuera conveniente que diésemos descanso a nuestra mente especuladora del siglo XXI y especuláramos a la antigua usanza.
Visto desde lo alto, los últimos meses bursátiles revelan la siguiente situación:
Los mercados están dirigidos, como en pocas ocasiones, por las manos fuertes. Tanto es así que han tenido el descaro de seguir el guión habitual, tal como les describí en el artículo de 30 de mayo, por tercer vencimiento trimestral consecutivo, sin efectuar maniobra alguna para que no se les vieran los hilos. No hay que escandalizarse, los que estamos en Bolsa ya sabemos que es parte del juego, si en todos lados se acerca el ascua a la sardina propia, no iba a ser diferente en el mayor mercado del mundo donde lo que se negocia es dinero puro camuflado bajo el disfraz de índices sintéticos.
Seamos prácticos y aprovechemos para reconocer el dato esencial que esconde esta actitud prepotente: están solos. Únicamente los mercados sin verdadera oferta y demanda pueden ser manipulados tan fácilmente.
Los grandes inversores se asemejan a los pescadores profesionales, acuden a la faena todos los días, a por lo que haya, pero son conscientes de que las grandes capturas sólo son posibles cuando se dan unas condiciones especiales. En la actualidad dichas circunstancias no se reúnen y parece imposible que puedan hacerlo en un futuro próximo.
Las manos fuertes sólo acaparan acciones en grandes cantidades cuando están seguros de que podrán endosárselas a las manos débiles a precios mucho más elevados. Saben que para eso es necesario un horizonte en el que se adivinen una mayoría de sujetos con desahogada situación económica, perspectivas positivas y ahorro ocioso; unas empresas con balances saneados, beneficios al alza, cash abundante y proyectos de expansión; unos Estados con cuentas equilibradas y un flujo positivo entre ingresos y gastos que permita relajar la voracidad impositiva; y finalmente, un sector financiero con músculo y dispuesto a ofrecer crédito abundante.
Convendrán conmigo en que este entorno dista tanto del actual como una fotografía de su negativo.
¿Si estos requisitos no son posibles, qué otra razón les podría llevar a comprar decididamente? El precio. Si las cotizaciones llegarán a niveles de saldo entonces acapararían y harían uso de la primera virtud del pescador, la paciencia. Pero, por el momento, tampoco éste es el caso.
¿Qué vemos entonces desde la atalaya?
- No hay posibilidad de que la demanda pueda crecer con suficiente fuerza para gestar un mercado alcista.
- Las brutales liquidaciones del año pasado han dejado adelgazada a la oferta.
- El mercado está sostenido por las manos fuertes con la aquiescencia del poder político (saben que toda recuperación pasa por la estabilización de los mercados bursátiles)
- Hay un interés palpable en transmitir mensajes de tranquilidad y esperanza.
- Se hace uso de cuantas herramientas se tienen a mano, incluso el photoshop, para multiplicar los “brotes verdes”.
- Existe una gran confusión sobre qué medidas tomar y cuáles serán sus resultados.
- Hay una visibilidad prácticamente nula sobre cual será la realidad económica en los próximos años.
- Se cuestiona si las estrategias usadas en anteriores crisis serán útiles en este momento o si serán necesarios cambios imaginativos y revolucionarios.
- La fauna bursátil está disgregada: el inversor final ausente, el gran público desconectado, las manos fuertes en el día a día, los traders pegados a las manos fuertes como la rémora al tiburón, y los gestores de fondos, infraponderados, con cara de pocos amigos y sin ganas de aventura.
- El dólar y las deudas americana y británica bajo sospecha y dando la sensación de que podrían ir a peor.
- El oro, como una roca, digiriendo las fuertes revalorizaciones que acumula y preparándose para un nuevo esfuerzo alcista.
- El dinero, perdido en el laberinto, sin saber a donde dirigirse y sin encontrar un activo que ofrezca seguridad y rentabilidad razonable al mismo tiempo.
- Las materias primas juguetonas, sin que los inversores acaben de decidirse por ellas, pero sin alejarse mucho tampoco.
- La inflación neurotizada, oscilando entre consolidar una ligera deflación o emprender un rally inflacionista.
- Los potencias económicas, descabezadas sin el liderazgo estadounidense, en busca de un nuevo paradigma financiero y un equilibrio compartido de poder.
El escenario que observamos exige prudencia, hay demasiada incertidumbre, demasiada niebla. Un escenario que se ajusta perfectamente con la onda cuatro en la que estamos y que anuncia un movimiento lateral de amplio rango que amenaza con trillar una y otra vez las misma cotizaciones, ya sea en movimientos pesados y farragosos, ya en impulsos cortos y violentos.
Puesto que toda tendencia a la baja debe acabar con una fuerte toma de posiciones, parece más inteligente apostar por la opción “precios de saldo” que por otra burbuja futura.
En mi opinión los gráficos dejan pocas dudas: es “probable” que los índices aguanten un tiempo, es “posible” que escalen algún peldaño más, pero es “seguro” que acabarán bajando. Para mí el único dilema es si estamos ante algo más serio y prolongado de lo que parece.
Ya que estamos reflexionando con perspectiva, miren estos gráficos del S&P 500, el primero de la última década en velas trimestrales y el segundo de cuatro décadas en barras anuales y escala logarítmica.
En el corto plazo, los índices parecen haber encontrado techo en los niveles anunciados y con las características descritas en el anterior artículo (suena la campana: última vuelta), aunque me preocupa que haya tanto consenso entre los analistas ¿podría haber un último coletazo? Si los puntos alcanzados fueran definitivos, la onda correctiva debería llevarnos (con sus zigzags correspondientes) como mínimo al 8,600 del Ibex.
SPECULARI
En contra de lo que suele creerse el verbo “especular” no proviene de los vocablos latinos “specularis” y “speculum” (relativos al espejo) sino del término “speculari” que significa “mirar desde arriba, observar desde una atalaya”.
Los primeros especuladores buscaban un lugar en alto desde donde escrutar el horizonte con el fin de conocer y analizar una situación y actuar en consecuencia. Quizá fuera conveniente que diésemos descanso a nuestra mente especuladora del siglo XXI y especuláramos a la antigua usanza.
Visto desde lo alto, los últimos meses bursátiles revelan la siguiente situación:
Los mercados están dirigidos, como en pocas ocasiones, por las manos fuertes. Tanto es así que han tenido el descaro de seguir el guión habitual, tal como les describí en el artículo de 30 de mayo, por tercer vencimiento trimestral consecutivo, sin efectuar maniobra alguna para que no se les vieran los hilos. No hay que escandalizarse, los que estamos en Bolsa ya sabemos que es parte del juego, si en todos lados se acerca el ascua a la sardina propia, no iba a ser diferente en el mayor mercado del mundo donde lo que se negocia es dinero puro camuflado bajo el disfraz de índices sintéticos.
Seamos prácticos y aprovechemos para reconocer el dato esencial que esconde esta actitud prepotente: están solos. Únicamente los mercados sin verdadera oferta y demanda pueden ser manipulados tan fácilmente.
Los grandes inversores se asemejan a los pescadores profesionales, acuden a la faena todos los días, a por lo que haya, pero son conscientes de que las grandes capturas sólo son posibles cuando se dan unas condiciones especiales. En la actualidad dichas circunstancias no se reúnen y parece imposible que puedan hacerlo en un futuro próximo.
Las manos fuertes sólo acaparan acciones en grandes cantidades cuando están seguros de que podrán endosárselas a las manos débiles a precios mucho más elevados. Saben que para eso es necesario un horizonte en el que se adivinen una mayoría de sujetos con desahogada situación económica, perspectivas positivas y ahorro ocioso; unas empresas con balances saneados, beneficios al alza, cash abundante y proyectos de expansión; unos Estados con cuentas equilibradas y un flujo positivo entre ingresos y gastos que permita relajar la voracidad impositiva; y finalmente, un sector financiero con músculo y dispuesto a ofrecer crédito abundante.
Convendrán conmigo en que este entorno dista tanto del actual como una fotografía de su negativo.
¿Si estos requisitos no son posibles, qué otra razón les podría llevar a comprar decididamente? El precio. Si las cotizaciones llegarán a niveles de saldo entonces acapararían y harían uso de la primera virtud del pescador, la paciencia. Pero, por el momento, tampoco éste es el caso.
¿Qué vemos entonces desde la atalaya?
- No hay posibilidad de que la demanda pueda crecer con suficiente fuerza para gestar un mercado alcista.
- Las brutales liquidaciones del año pasado han dejado adelgazada a la oferta.
- El mercado está sostenido por las manos fuertes con la aquiescencia del poder político (saben que toda recuperación pasa por la estabilización de los mercados bursátiles)
- Hay un interés palpable en transmitir mensajes de tranquilidad y esperanza.
- Se hace uso de cuantas herramientas se tienen a mano, incluso el photoshop, para multiplicar los “brotes verdes”.
- Existe una gran confusión sobre qué medidas tomar y cuáles serán sus resultados.
- Hay una visibilidad prácticamente nula sobre cual será la realidad económica en los próximos años.
- Se cuestiona si las estrategias usadas en anteriores crisis serán útiles en este momento o si serán necesarios cambios imaginativos y revolucionarios.
- La fauna bursátil está disgregada: el inversor final ausente, el gran público desconectado, las manos fuertes en el día a día, los traders pegados a las manos fuertes como la rémora al tiburón, y los gestores de fondos, infraponderados, con cara de pocos amigos y sin ganas de aventura.
- El dólar y las deudas americana y británica bajo sospecha y dando la sensación de que podrían ir a peor.
- El oro, como una roca, digiriendo las fuertes revalorizaciones que acumula y preparándose para un nuevo esfuerzo alcista.
- El dinero, perdido en el laberinto, sin saber a donde dirigirse y sin encontrar un activo que ofrezca seguridad y rentabilidad razonable al mismo tiempo.
- Las materias primas juguetonas, sin que los inversores acaben de decidirse por ellas, pero sin alejarse mucho tampoco.
- La inflación neurotizada, oscilando entre consolidar una ligera deflación o emprender un rally inflacionista.
- Los potencias económicas, descabezadas sin el liderazgo estadounidense, en busca de un nuevo paradigma financiero y un equilibrio compartido de poder.
El escenario que observamos exige prudencia, hay demasiada incertidumbre, demasiada niebla. Un escenario que se ajusta perfectamente con la onda cuatro en la que estamos y que anuncia un movimiento lateral de amplio rango que amenaza con trillar una y otra vez las misma cotizaciones, ya sea en movimientos pesados y farragosos, ya en impulsos cortos y violentos.
Puesto que toda tendencia a la baja debe acabar con una fuerte toma de posiciones, parece más inteligente apostar por la opción “precios de saldo” que por otra burbuja futura.
En mi opinión los gráficos dejan pocas dudas: es “probable” que los índices aguanten un tiempo, es “posible” que escalen algún peldaño más, pero es “seguro” que acabarán bajando. Para mí el único dilema es si estamos ante algo más serio y prolongado de lo que parece.
Ya que estamos reflexionando con perspectiva, miren estos gráficos del S&P 500, el primero de la última década en velas trimestrales y el segundo de cuatro décadas en barras anuales y escala logarítmica.
En el corto plazo, los índices parecen haber encontrado techo en los niveles anunciados y con las características descritas en el anterior artículo (suena la campana: última vuelta), aunque me preocupa que haya tanto consenso entre los analistas ¿podría haber un último coletazo? Si los puntos alcanzados fueran definitivos, la onda correctiva debería llevarnos (con sus zigzags correspondientes) como mínimo al 8,600 del Ibex.