Dejémonos de zarandajas, estamos metidos hasta el cuello en una de la mayores crisis económicas de la historia, quizá la mayor. Ya no es tiempo de hablar de burbujas, hipotecas subprime, planes de rescate, colapso financiero, brotes verdes, etc. La simple realidad es que el mundo occidental, especialmente Estados Unidos, lleva décadas viviendo por encima de sus posibilidades, comprando a crédito un bienestar que ha despilfarrado una ingente cantidad de recursos en una vorágine consumista sin sentido. Ahora, terminado el postre, tenemos la factura delante y nos hemos puesto lívidos al comprobar que la cantidad es tan exorbitante que nadie puede pagarla.
Bernanke sabe que no es posible afrontar la deuda y pide otro café mientras baraja las distintas posibilidades y mira al resto de los comensales con una sonrisa forzada que intenta infundir confianza.
Es una decisión difícil, o reconoce que no tiene dinero suficiente y a reunir entre todos lo que se pueda y a fregar los platos que hagan falta, o se fotocopian los billetes de la cartera y a ver si cuela. O lo que es lo mismo: pagan los que se han dado el festín o lo hacen los que lo han servido. Pecadores o justos. Inflación o deflación. A la alemana o a la japonesa.
Deflación, a la japonesa. Reconocer la situación y ofrecer transparencia nos situaría ante un panorama sombrío, el primer impacto sería muy duro, después acabaríamos aceptándolo y nos abrocharíamos el cinturón hasta el último agujero en un plan de austeridad largo y profundo. Las Bolsas caerían y los activos ajustarían sus precios a la nueva realidad. El dinero sería el rey y los sensatos que han ahorrado y actuado con juicio estarían en la mejor posición. Muchos de los que han cometido excesos acabarían en la bancarrota. Los acreedores conseguirían cobrar con el tiempo.
Inflación, a la alemana. Se actúa como si no pasara nada y se emiten más y más billetes, se solventa el día a día hasta que la cantidad sea tan grande que un dólar apenas alcance el valor del papel en el que está impreso. En este escenario un dinero mendigo se cambiaría por cualquier cosa. Todo se encarecería. Las Bolsas subirían nominalmente pero se depreciarían en términos reales. Con el tiempo las deudas actuales se empequeñecerían comparadas con lo que supondría adquirir los bienes de primera necesidad.
Los insensatos verían disminuir sus cargas mes tras mes mientras los ahorradores descubrirían que su esfuerzo ha sido en balde. Malestar, disturbios, crispación, inseguridad, sálvese quien pueda. Caldo de cultivo para una situación explosiva que podría acabar trágicamente si los acreedores orientales se sienten estafados.
Bernanke reflexiona ¿terapia de largo plazo y paciencia hasta que remita o cirugía a vida o muerte y que sea lo que Dios quiera?
Los bonos dicen que a la japonesa, el oro que a la alemana, las Bolsas no saben no contestan. Y Bernanke..¿qué dice Bernanke?